Acabé de
pasar mi última noche allí, ahora podía ir a otra ciudad y solicitar una plaza
en otro albergue o volver a dormir en la calle. Me quedaban 50€ en el bolsillo,
unas botas, un saco de dormir, dos jerseys, dos pantalones, calcetines y ropa
interior, además de un neceser de aseo, mi ordenador, que mantenía siempre
oculto a los ojos de los demás y sólo sacaba en la biblioteca, y un maldito
teléfono móvil de prepago que nunca sonaba, y cuyo saldo para hacer llamadas
era de dos euros.
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