El embarazo no fue
agradable, los vómitos matinales y los mareos hacían que la muchacha tuviera un
aspecto enfermizo. Al menos, durante la gestación no estaría obligada a visitar
la habitación de ninguno de los sementales, es más, no se les permitía hacerlo.
Sater la veía en los
ratos de comedor, y algunas veces conseguía acompañarla a pasear por los
jardines.
—Ya se te nota —le decía
sonriente a la mujer que llevaba a su hijo en su seno.
—Ahora lo notáis el resto,
yo llevo notándolo meses.
—Siento no poder ayudarte
en eso.
—Aunque pudieras no lo
harías, no es agradable.
—Es hijo de los dos, no
deberías pasarlo tú sola.
Ella se paró y le miró
con dureza.
—No es hijo nuestro, es
hijo de Rados y al país pertenece.
—Vaya, parece que por
aquí os tienen bien adoctrinados.
—No quiero problemas.
—No tienes por qué tener
problemas, nadie te pide que no sigas el sistema, pero otra cosa muy distinta
es lo que puedes pensar.
—¿Y en qué piensas tú?
—Pienso en que me gustaría
tener mi propia casa, como los del gobierno, en ella viviría contigo y con
nuestros hijos, y no tendría que pasar cada noche con una mujer distinta, sólo
tendría que hacerlo con la que quiero. Me gustaría que mis hijos pudieran
elegir su futuro, no que lo elijan por ellos, hay tantas cosas que me
gustarían… —dijo con rabia.
—Sabes que nada de eso
puede ser. Ahora trabajaremos para el sistema, y después ellos nos compensarán,
en unos años estaremos en un centro de reposo donde no será necesario que trabajes
más.
Sater la miró apenado.
—¿También te has tragado
eso? —y negando con la cabeza se marchó camino de su habitación, no quería
hablar más de la cuenta.