Nala comenzó a ejercer
como criadora a los dieciocho años, sustituyendo a Kira en su labor. Los
sementales y las madres, cuando terminaban sus años de servicio eran premiados
con una vida tranquila y sin preocupaciones en los centros de descanso. Grandes
complejos al lado del mar con todo tipo
de comodidades, en los que no tenían que preocuparse más que por disfrutar de
largos paseos por la playa y de asistir, si lo deseaban, a las actividades de
entretenimiento programadas para sus habitantes.
Cuando llegó el momento
de la despedida tuvo que hacer enormes esfuerzos por no llorar, las
demostraciones de afecto no estaban bien vistas por el régimen, suponían una
señal de debilidad que no estaban dispuestos a consentir. Así que se limitó a
decir adiós con la mano viendo a aquella mujer que la había parido y cuidado de
ella, y de sus hermanos, durante todos aquellos años.
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