jueves, 2 de abril de 2015

Jordana





Le contó su escapada en la bala y lo que había podido comprobar. Él no daba crédito a sus palabras ¿Acaso habían acabado así con su madre después de haberles dado tantos trabajadores? ¿Eso es lo que debían esperar todos ellos del sistema?
—No cuentes esto a nadie más ¿Me oyes? Te pondrías en peligro.
—Lo sé, aunque me gustaría que se supiera la verdad.
—No digas nada, será lo mejor para todos.
Y los dos guardaron ese secreto, que muy pronto les separaría.
Pasaron varios días, y la tristeza de ella se volvió enfermedad. Los médicos de la granja enseguida se ocuparon de cuidarla, era una de sus alumnas más brillantes, y seguramente conseguiría un trabajo en Ígrada, lo que daría puntos suficientes para que la granja subiese de categoría.
Permaneció ingresada, tumbada en una cama sin hablar con nadie. Permitieron a sus hermanos ir a verla una sola vez, no querían que el estado de ella influyera en la formación de los demás.
Jordana empezó a tener fiebre, primero unas décimas, después los suficientes grados para que empezaran a temer por su vida. Y con la fiebre llegaron las pesadillas, y con las pesadillas las alucinaciones, y con las alucinaciones los gritos pidiendo que la sacaran de aquel crematorio, pidiendo que le devolviesen a su madre.
Cuando Sater volvió a ver a su hermana fue subiendo a una bala, se acercó para decirle adiós, y cuando miró a sus ojos se dio cuenta de que no le reconocía, aquellos ojos no eran los suyos, la habían convertido en un nonen.

Las manos de Vera 

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