Le contó su escapada en
la bala y lo que había podido comprobar. Él no daba crédito a sus palabras
¿Acaso habían acabado así con su madre después de haberles dado tantos
trabajadores? ¿Eso es lo que debían esperar todos ellos del sistema?
—No cuentes esto a nadie
más ¿Me oyes? Te pondrías en peligro.
—Lo sé, aunque me
gustaría que se supiera la verdad.
—No digas nada, será lo
mejor para todos.
Y los dos guardaron ese
secreto, que muy pronto les separaría.
Pasaron varios días, y la
tristeza de ella se volvió enfermedad. Los médicos de la granja enseguida se
ocuparon de cuidarla, era una de sus alumnas más brillantes, y seguramente
conseguiría un trabajo en Ígrada, lo que daría puntos suficientes para que la
granja subiese de categoría.
Permaneció ingresada,
tumbada en una cama sin hablar con nadie. Permitieron a sus hermanos ir a verla
una sola vez, no querían que el estado de ella influyera en la formación de los
demás.
Jordana empezó a tener
fiebre, primero unas décimas, después los suficientes grados para que empezaran
a temer por su vida. Y con la fiebre llegaron las pesadillas, y con las
pesadillas las alucinaciones, y con las alucinaciones los gritos pidiendo que
la sacaran de aquel crematorio, pidiendo que le devolviesen a su madre.
Cuando Sater volvió a ver a su hermana fue subiendo a una bala, se
acercó para decirle adiós, y cuando miró a sus ojos se dio cuenta de que no le
reconocía, aquellos ojos no eran los suyos, la habían convertido en un nonen.Las manos de Vera
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